Llegó el
caluroso verano: el sol brillaba más que nunca, los pájaros cantaban alegremente y las voces de los niños jugando a
la sombra se escuchaban en el parque.
Mientras pasaba
el caluroso verano la joven Sofía se levantaba todos los días a las dos de la tarde para
comer cuando su madre ya la tenía la mesa puesta, se levantaba tan tarde porque
había estado toda la noche de fiesta.
Mientras tanto
una amiga suya, Priscila, madrugaba todos los días para trabajar y así poder
ganarse un dinero para tener para sus gastos.
Sofía pasaba unos felices veranos con todo aquello
que le daban sus padres sin que ella tuviera que esforzarse lo mínimo para
conseguirlo, además esta persona se reía de su amiga diciéndola:
- No trabajes
tanto, sal de fiesta que es muchísimos mejor.
El verano
termino y estas dos amigas comenzaron un nuevo curso académico. Sofía, que
había dedicado su verano principalmente a salir de fiesta y dormir solo pedía cosas a sus padres, caprichos como unos zapatos nuevos, un nuevo vestido…
sus padres respondían siempre a sus caprichos. Por otro lado su amiga Priscila
la cual había dedicado todo el verano a trabajar se permitía algún capricho con
el dinero que había ganado durante el verano, pero con cautela porque sabía el
gran esfuerzo que costaba lograr ese capricho.
Pasaron los
años y llego el día en que Sofía y Priscila se independizaron, debían vivir en
sus propias casas, ya no tendrían a sus padres para darles todo aquello que
pidieran.
Sofía que había vivido siempre de los caprichos de
sus padres, no sabía bien vivir sola, volvía a casa y se encontraba la cama sin
hacer, comía todos los días comida precocinada porque no sabía ni freírse un
huevo…
Mientras tanto
su amiga Priscila vivía felizmente en
una preciosa casa que se había comprado
con sus ahorros. Esta chica invitaba siempre a muchos amigos a cenar porque era
una gran cocinera además le gustaba mucho estar rodeada de buenos amigos frente
a una buena cena.
Un día estas
dos amigas charlaban tranquilamente. Sofía
le dijo a Priscila:
-
Que suerte tienes, tienes una casa preciosa y además
cocinas genial.
A lo que Priscila
la contesto.
-
Todo esto que ves no es suerte, todo esto lo he
conseguido con mucho esfuerzo, mientras tu dedicabas todos los veranos a dormir
y salir de fiesta yo madrugaba para trabajar, también mientras a tí tu madre te
daba todo hecho yo estaba junto a mi madre aprendiendo a cocinar y a hacer
muchas cosas más.
Moraleja: Todo
esfuerzo termina teniendo recompensa, esforcémonos por conseguir y aprender a
hacer las cosas, quizá ahora nos sea más sencillo no esforzarnos pero cuando
veamos la recompensa de nuestros esfuerzo nos sentiremos realmente felices. El que
algo quiere algo le cuesta.